Todo fue tan rápido que no tuvieron
tiempo de reaccionar. Cuando menos lo esperaban salió de la nada un auto que
embistió su vehículo, provocando la tragedia. El pequeño de tan sólo tres años
falleció; sus padres estaban atónitos, buscaban una explicación que nunca
llegaría. ¿Por qué a ellos, porque a él
que era casi un bebé y que comenzaba a vivir? Parecía tan injusto que culpaban a todos por
lo ocurrido, se rebelaron ante Aquél que tenía que cuidarlos y no lo hizo, se
sintieron defraudados, olvidados, decepcionados, pero ante todo, invadidos por
un dolor tan inmenso que parecía que nunca iba a pasar.
Este temible cuadro es una escena que
a nadie le gustaría vivir. ¡Cuántos casos como éste llegamos a conocer!, las
desgracias sacuden la vida del ser humano de manera sorpresiva y sin avisar
dejando un inmenso dolor en las personas que lo sufren y por supuesto nadie
tiene una explicación lógica. Pensar en morir es un tema que se prefiere dejar
de lado.
De los mexicanos se ha dicho que nos
burlamos de la muerte porque tenemos una peculiar festividad en noviembre que
destaca por su colorida mezcla cultural, sin embargo, como a cualquier ser
humano, se nos eriza la piel de imaginar que el infortunio tocará a nuestra
puerta y aunque no lo queramos, tarde o temprano se presentará en nuestro
camino, quizá no en un accidente automovilístico, puede ser con una larga enfermedad,
un infarto fulminante o una catástrofe climática, en fin, no sabemos cómo pero
perder a un ser querido es parte de la vida y por eso debemos estar preparados para cuando
suceda.
Y es que una gran realidad de nuestro
tiempo es el hecho de que nadie quiere sufrir.
El dolor, sea físico o moral, se ve como algo negativo, como un castigo
inmerecido al que hay que combatir por todos los medios, por eso la ciencia se
esmera en buscar remedios paliativos que bloqueen toda sensación de malestar
corporal.
¿Y cómo le hacemos con el dolor
moral? Para ese no hay pastilla ni
anestesia que lo amortigüen, sólo la fe
puede dar respiro al alma que llora. Cuando
el dolor humano parece insoportable sólo la fe en Dios consuela al corazón
sufriente.
Sin embargo, aunque no lo entendamos
en su momento, el dolor hace a la persona más sensible, la enseña a respetar y
comprender el dolor ajeno porque ella misma ha atravesado por él, y en un
momento determinado, las heridas sanarán, dejando en su lugar un ser humano
capaz de ser empático con el hermano afligido.
El Papa Juan Pablo II, en su Carta
Apostólica Salvifici doloris, hace hincapié en que el dolor tiene un sentido y un valor salvífico,
tomando en cuenta que “Salvación” significa “liberación del mal”. El Evangelio de Juan dice a la letra: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn
3,16).
Es decir, gracias al amor del Padre
por el mundo y a la obediencia perfecta del Hijo, que fue humillado, golpeado y
crucificado por amor a los hombres y mujeres de todos los tiempos, la persona
que sufre tiene la oportunidad de unir sus padecimientos a los de Cristo.
Pero aquí puede surgir otra pregunta.
¿Por qué el Padre eligió el camino del sacrificio en lugar de otro medio para
la salvación? Porque ha querido respetar la consecuencias del pecado. Es decir, por el pecado del hombre y la mujer
entraron al mundo el mal y la muerte.
Fue ésta una libre decisión del ser humano. El Padre lo perdona, pero respeta sus libres
decisiones, por eso las ofensas exigen una reparación. En el Antiguo Testamento
se ilumina la gravedad del pecado. Y el Nuevo Testamento relata la obra de la
redención, siendo el rescate adquirido por Cristo la máxima prueba de amor,
pero hace partícipe al ser humano de esta reparación.
Obviamente para entender estas
verdades debe mediar un proceso de conversión y una vivencia profunda de fe que harán de la
traumática experiencia de la muerte sólo un paso obligado hacia la vida
verdadera.
Un día, poco después de sufrir la
pérdida de un amigo muy querido, comenté con una tanatóloga que no tenía idea
de cómo reaccionaré cuando mis padres fallezcan, porque sinceramente la muerte
de esa persona me había dolido muchísimo.
Concretamente me dijo: pues prepárate, porque es algo que
inevitablemente sucederá.
Así es, el proceso de la vida tiene un
inicio y un final, de qué manera nos iremos es un misterio, sólo queda la
certeza de que nadie en este mundo está por casualidad, todos tenemos una
misión que cumplir, así sean dos meses, cinco años o cien, cada vida es valiosa
simplemente porque existe y terminará cuando ya no lo quede más por hacer.
Por eso, en el momento de la pérdida,
solo nos quedará pedir a Dios fortaleza para soportar nuestro dolor y la
esperanza de que algún día volveremos a reunirnos con nuestros seres amados.
Que tengan una excelente semana.
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