miércoles, 21 de agosto de 2013

Cuando el dolor toca a nuestra puerta

Por: Mónica Muñoz

Ante recientes acontecimientos, surgió en mí esta reflexión:

Todo fue tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. Cuando menos lo esperaban salió de la nada un auto que embistió su vehículo, provocando la tragedia. El pequeño de tan sólo tres años falleció; sus padres estaban atónitos, buscaban una explicación que nunca llegaría. ¿Por qué  a ellos, porque a él que era casi un bebé y que comenzaba a vivir?   Parecía tan injusto que culpaban a todos por lo ocurrido, se rebelaron ante Aquél que tenía que cuidarlos y no lo hizo, se sintieron defraudados, olvidados, decepcionados, pero ante todo, invadidos por un dolor tan inmenso que parecía que nunca iba a pasar.

Este temible cuadro es una escena que a nadie le gustaría vivir. ¡Cuántos casos como éste llegamos a conocer!, las desgracias sacuden la vida del ser humano de manera sorpresiva y sin avisar dejando un inmenso dolor en las personas que lo sufren y por supuesto nadie tiene una explicación lógica. Pensar en morir es un tema que se prefiere dejar de lado. 


De los mexicanos se ha dicho que nos burlamos de la muerte porque tenemos una peculiar festividad en noviembre que destaca por su colorida mezcla cultural, sin embargo, como a cualquier ser humano, se nos eriza la piel de imaginar que el infortunio tocará a nuestra puerta y aunque no lo queramos, tarde o temprano se presentará en nuestro camino, quizá no en un accidente automovilístico, puede ser con una larga enfermedad, un infarto fulminante o una catástrofe climática, en fin, no sabemos cómo pero perder a un ser querido es parte de la vida  y por eso debemos estar preparados para cuando suceda.

Y es que una gran realidad de nuestro tiempo es el hecho de que nadie quiere sufrir.  El dolor, sea físico o moral, se ve como algo negativo, como un castigo inmerecido al que hay que combatir por todos los medios, por eso la ciencia se esmera en buscar remedios paliativos que bloqueen toda sensación de malestar corporal.

¿Y cómo le hacemos con el dolor moral?  Para ese no hay pastilla ni anestesia que lo amortigüen,  sólo la fe puede dar respiro al alma que llora.  Cuando el dolor humano parece insoportable sólo la fe en Dios consuela al corazón sufriente. 

Sin embargo, aunque no lo entendamos en su momento, el dolor hace a la persona más sensible, la enseña a respetar y comprender el dolor ajeno porque ella misma ha atravesado por él, y en un momento determinado, las heridas sanarán, dejando en su lugar un ser humano capaz de ser empático con el hermano afligido.

El Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Salvifici doloris, hace hincapié en que el dolor  tiene un sentido y un valor salvífico, tomando en cuenta que “Salvación” significa “liberación del mal”.  El Evangelio de Juan dice a la letra: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).

Es decir, gracias al amor del Padre por el mundo y a la obediencia perfecta del Hijo, que fue humillado, golpeado y crucificado por amor a los hombres y mujeres de todos los tiempos, la persona que sufre tiene la oportunidad de unir sus padecimientos a los de Cristo.

Pero aquí puede surgir otra pregunta. ¿Por qué el Padre eligió el camino del sacrificio en lugar de otro medio para la salvación? Porque ha querido respetar la consecuencias del pecado.  Es decir, por el pecado del hombre y la mujer entraron al mundo el mal y la muerte.  Fue ésta una libre decisión del ser humano.  El Padre lo perdona, pero respeta sus libres decisiones, por eso las ofensas exigen una reparación. En el Antiguo Testamento se ilumina la gravedad del pecado. Y el Nuevo Testamento relata la obra de la redención, siendo el rescate adquirido por Cristo la máxima prueba de amor, pero hace partícipe al ser humano de esta reparación.

Obviamente para entender estas verdades debe mediar un proceso de conversión  y una vivencia profunda de fe que harán de la traumática experiencia de la muerte sólo un paso obligado hacia la vida verdadera.

Un día, poco después de sufrir la pérdida de un amigo muy querido, comenté con una tanatóloga que no tenía idea de cómo reaccionaré cuando mis padres fallezcan, porque sinceramente la muerte de esa persona me había dolido muchísimo.  Concretamente me dijo: pues prepárate, porque es algo que inevitablemente sucederá.

Así es, el proceso de la vida tiene un inicio y un final, de qué manera nos iremos es un misterio, sólo queda la certeza de que nadie en este mundo está por casualidad, todos tenemos una misión que cumplir, así sean dos meses, cinco años o cien, cada vida es valiosa simplemente porque existe y terminará cuando ya no lo quede más por hacer.

Por eso, en el momento de la pérdida, solo nos quedará pedir a Dios fortaleza para soportar nuestro dolor y la esperanza de que algún día volveremos a reunirnos con nuestros seres amados.

Que tengan una excelente semana.

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